Coleccion: 124 - Tomo 1 - Articulo Numero 3 - Mes-Ano: 2004_124_1_3_2004_
TRÁNSITO EXISTENCIAL DE MAX ARIASSCHREIBER
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DoctrinasTOMO 124 - MARZO 2004PÁGINA EDITORIAL


TOMO 124 - MARZO 2004

TRÁNSITO EXISTENCIAL DE MAX ARIAS-SCHREIBER

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     A Max Arias-Schreiber le conocí en San Marcos hace sesenta años y, desde entonces, hemos sido amigos solidarios y leales compañeros de ruta. Lo recuerdo en la década de los años cuarenta del siglo pasado, deambulando por los bulliciosos patios de la vieja Casona del Parque Universitario, entre el estruendo del entusiasmo juvenil, el arrullo que provenía de las bellas palmeras que los decoraban al ser dulcemente mecidas por el viento y la sempiterna armoniosa cadencia del surtidor de las fuentes que, como música de fondo, añadían una nota de sosiego en un explicable agitado ambiente. He sido, por ello, testigo de excepción de su paso como brillante estudiante por las vetustas y amplias aulas sanmarquinas. Arias-Schreiber destacaba, entre la pléyade de jóvenes que por aquel tiempo estudiaba Derecho, por su innato talento, su disposición para el estudio, su disciplina y sentido de responsabilidad, su capacidad analítica, su apertura mental, su inclinación para comunicar generosamente sus conocimientos a los demás.

     Un hecho, que no puedo olvidar, marcó su destino como fecundo jurista, cuyo nombre ha ingresado por la puerta grande a la historia del Derecho patrio. Era la mañana del 10 de agosto de 1950. A los jóvenes amigos que lo esperábamos para acompañarlo en el acto de su graduación como bachiller en Derecho nos impresionó verlo ingresar, presuroso, con cinco tomos bajo el brazo, todos ellos empastados en verde. Se trataba de su tesis sobre el estudio del Libro de los Derechos Reales en el Código Civil de 1936. Su exposición, que superó todas nuestras expectativas, constituyó un singular acontecimiento dentro del claustro universitario. En ese mediodía invernal, inscrito exactamente en la mitad misma del siglo XX, quedó demostrado cuán dotado estaba Max para afrontar en un futuro, con lucidez y científica minuciosidad, el análisis de nuestro Derecho Civil.

     Su tesis resultó ser el lejano anticipo de trabajos posteriores, densos, de hondura analítica y de envergadura académica, de su incansable tesón para estudiar y producir. Perfilábase, precozmente y con nitidez, la figura de un jurista de excepción. Su vida ejemplar como investigador, docente, profesional, servidor público, dirigente gremial, confirmaría, con creces, esta primera impresión.

     Ingresamos juntos a la docencia en la Facultad de Derecho de San Marcos en el año de 1956. Max se desempeñaba como profesor de Contratos, habiendo sucedido en esta cátedra al maestro José León Barandiarán, lo que significaba un excepcional compromiso para el joven profesor. Por más de treinta años compartimos la enseñanza en San Marcos y pude apreciar, muy de cerca, cómo crecía con el tiempo su figura de auténtico Maestro. Fue admirado y querido por muchas generaciones de estudiantes que reconocían su dedicación a la docencia, su puntualidad, su entrega, la calidad de su enseñanza, el fervor que ponía en sus clases magistrales, su sensibilidad social, su formación humanista. Muchos y valiosos libros de exposición, comentarios y análisis crítico de casi todos los libros de nuestro Código Civil de 1984 nacieron al amparo de esta amorosa dedicación a la enseñanza.

     Nos iniciamos también juntos, en un lejano año de 1965, en la ardua pero gratificante tarea de elaborar el Código Civil que está vigente en nuestro país desde un 14 de noviembre de 1984. Puso en esta labor, por cerca de veinte años, todo su empeño e infatigable constancia, volcando sus vastos conocimientos en el Libro de Fuentes de las Obligaciones. En su calidad de ministro de Justicia colocó su firma, junto a la del presidente Fernando Belaunde, en el dispositivo legal que lo promulgara un 24 de julio de dicho año. En carta que Max le remitiera al Arquitecto años después, el 3 de enero de 1990, cuya copia conservo entre mis añejos papeles, le decía que: “Para mí, que por aras del azar tuve el privilegio de poner mi firma al lado de la suya en el acto promulgatorio, es esta la más honrosa distinción que he recibido y la más rica herencia que dejaré a mis hijos”. Fue un codificador de lujo que contribuyó, en gran medida, a hacer del Código Civil peruano un modelo para su tiempo.

     En esta triste mañana de los idus de marzo, en que conmocionados nos reunimos sus amigos para darle un doloroso pero esperanzado hasta pronto, siento que a través de mis pobres palabras, anudadas en mi garganta, se vuelcan, sin poderlas expresar en su plenitud, aquellas fervorosas y palpitantes voces de miles de estudiantes, discípulos y colegas sanmarquinos que quieren hacerle llegar su inmensa gratitud por todo lo que de él recibieron para enriquecer sus vidas. Pero, también, se suman a ellas las asordinadas voces, la de los que, no habiéndolo contado entre sus profesores, se beneficiaron con la lectura de sus numerosos y esclarecedores libros. Por ello lo recordarán siempre como un ejemplar maestro. Su magisterio, sus libros, sus ensayos y conferencias, perpetuarán su memoria.

     Durante su existencia Max Arias-Schreiber tuvo la oportunidad de vivenciar los sentimientos de admiración y aprecio hacia su persona. San Marcos lo honró concediéndole la calidad de Profesor Emérito. Sus amigos y colegas, al cumplir treinta años como docente, le dedicaron un Libro de Homenaje. La Facultad de Derecho de su universidad, no hace muchos años atrás, incorporó su efigie en la Galería de Notables Maestros Sanmarquinos, al lado de José León Barandiarán, Jorge Basadre, Manuel Augusto Olaechea, Manuel Vicente Villarán, Víctor Maúrtua, entre otros. Además, una sala de conferencias de la citada facultad lleva su nombre. La Nación le otorgó las Palmas Magisteriales en el máximo grado de “Amauta”. El país se sirvió de su talento al designarlo ministro de un gobierno democrático. Los abogados de Lima lo eligieron su decano y le confirieron la máxima distinción al condecorarlo con la Orden de Francisco García Calderón. Los juristas, en el otoño de sus vidas, lo distinguieron como presidente de la Academia Peruana de Derecho. Pocos son, como Max Arias-Schreiber, los maestros que acumulan en vida tantos merecidos honores y reconocimientos de su comunidad. Su consagración como maestro y jurista de excepción no tuvo que esperar su tránsito espiritual a otras insondables latitudes.

     Toda una historia de cercana y cálida amistad terrena se interrumpe, inesperadamente, en un aciago día cuando aún proyectábamos nuevas tareas a emprender juntos en el perfeccionamiento y actualización de nuestro Código Civil y en la Academia de Derecho. Sentimos por ello, desconcertados, un hondo vacío en nuestro espíritu, una profunda e inconsolable tristeza. Se desprende de nosotros algo que sentíamos parte de nuestro cotidiano existir. Se agolpan en nuestra memoria una confusa multitud de momentos gratos y otros de férvido combate por nuestros ideales, los que supimos compartir fraternalmente, sin ninguna nube que enturbiara nuestra fraterna amistad de seis décadas.

     La Facultad de Derecho de San Marcos, su casa de siempre, ha querido rendirle, por mi intermedio, el tributo de su gratitud por lo mucho que de él recibió en múltiples tareas docentes y en la formación entusiasta y sin desánimos de tantas generaciones de estudiantes de Derecho en los mejores años de su vida.

     Esculpida en piedra, resistente al olvido, quedará grabada su memoria en los que fueron sus discípulos, sus colegas y sus amigos, así como también en aquellos que no lo conocieron pero que lo leyeron, lo escucharon o simplemente oyeron hablar de él.

     Estamos convencidos de que, por todo lo que de bueno y noble hiciste durante tu fecundo periplo existencial, tu memoria resplandecerá a través del tiempo como la luz de las estrellas en los más hondos ríos de la tierra. Hasta pronto, querido, noble y viejo amigo Max.

     Lima, 6 de marzo del 2004

Carlos FERNÁNDEZ SESSAREGO






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